viernes, 27 de mayo de 2011

Una velada muy especial

Como es un clásico últimamente, un viaje por urgencias familiares me llevó esta semana a la querida ciudad de La Plata. Ya desocupado, le propuse a Redcat organizar una cena para cuatro en su casa.

A la noche, caí con un modesto pero exquisito “Árboles” (cabernet) de Navarro Correa. Mi amigo me recibió vestido de chef (inédito para mí). Le había recomendado que yo me encargaría del delibery, pero a pesar de ello se jugó con una paella a la valenciana.
Cuando llegué las chicas ya estaban. Ambas rondando las tres décadas, años menos una de ellas. Ambas profesionales, o casi (después aclaro).
Mientras yo ponía la mesa y Red terminaba los últimos toques al arroz, repartimos el frente de batalla y yo quedé a cargo del cuerpo a cuerpo con Luna.
Luna estaba nerviosa, inquieta. Ya nos había adelantado que tenía que encontrarse con su pareja más tarde.
Chicana va chicana viene, se fue el primer plato y ¾ botella de vino; y ella casi no había comido.
Casi unánimemente dijimos “pidamos helado”, mientras Morena (la chica de Redcat) sugirió que Luna y yo “charláramos” un rato mientras llegaba el pedido.

Subimos a la habitación. Fui claro. Le dije que yo no tenía ganas de hacerlo por hacerlo y que la sentía nerviosa, que además si ella tenía compromisos lo dejábamos así pues prefería terminar bien la velada y no forzar nada.
Ella reconoció que está algo nerviosa pues hacía tiempo que no se dedica a la profesión, ahora tenía otro trabajo y además pareja.
“No te preocupes –le dije-, cuando quieras irte yo te doy para el taxi. Está todo bien”.
Y agregó tímidamente: “Pero como estoy en pareja y hace tiempo no tengo con otro……la verdad tengo ganas”.

(Yo luego le decía a Red que esa la preliminar había sido lo más parecido a un levante, situación doblemente excitante sin proponérmelo, pues al decir de otro amigo pirata, soy afecto a cazar a la presa).

Sin más, no fuimos a la cama. Tuve la suerte y la desgracia de no poder eyacular. La desgracia es obvia, a pesar de ese placentero hormigueo que no termina de explotar. La suerte fue que pude darle a Luna todo lo que me pedía; con el pene, con la boca, con la lengua, con los dedos, con las manos. Más de una hora de sudor y bombeo.

En la cresta de la ola me pregunta si me gustaba la cola.
“No suelo, pero si a vos te calienta, a mi me calienta”, le dije.
“¿Lo hacemos así?” (en “misionero”)
“Bueno”, agregué.
“Vos empujá”
“Dale”, dije.
Ella pegó un gritito que después se hizo eco una y otra vez hasta que me pidió que acabe con ella. “Vos seguí”, le dije (no pude hacerle ese honor).

Terminamos exhaustos. Ya era cualquier hora.
“Me tengo que ir”.
“Quedate”, le pedí.
“No puedo. Si mi amiga me hubiera avisado antes, yo no hacia otra cita. ¿Nos vemos mañana?”.
“No puedo, mañana pego la vuelta”, le respondí.
“Avisame cuando vuelvas y podemos quedarnos toda la noche”, agregó.

Bajamos. El amigo Redcat y su chica ya se había comido ½ pote de helado. Nos sentamos a la mesa. Luna apenas lo probó antes que llegara su taxi. Finalmente llegó. Con un piquito nos volvimos a prometer un reencuentro.

De esta xp de vida rescato dos reflexiones.
Red me decía: “Quedate Nico!. Aprovechá la onda!. La piba quedó encantada!”. “Ganas no me faltan, pero no puedo quedarme más tiempo en LP”.
Yo le decía a mi amigo Redcat (y a mí mismo), que obtenemos y perdemos cosas permanentemente. Por eso hay que aprender a desprenderse sin pesar, sabiendo que entre uno más quiere aferrarse a ellas menos atento se halla para descubrir y disfrutar las nuevas que se presentan.
Tal vez vuelva a encontrarme con Luna, ojalá así sea. Tal vez jamás vuelva a verla, no lo sé. Pero sin ansiedad ni aflicción.

La otra es la dedicación y el afecto de los amigos. Conociendo las circunstancias de mis viajes recientes y el poco tiempo con el que cuento, en estos últimos meses Red ha hecho de cada visita mía a La Plata un evento especial. Una y otra vez ha relegado sus cuestiones personales para compartir su tiempo, su buena onda y sus gatitos conmigo.
Otro tanto tengo que decir de mi amigo Krugen. Viajar 30 km para estar media hora y tomar un café conmigo antes de subirme a un micro, para mí tiene un precio invalorable desde lo humano y afectivo.

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