viernes, 27 de mayo de 2011

Bangkok de Noche

Era una noche de calor en Bangkok. Bueno, ¿qué noche no es calurosa en Bangkok? Había terminado el horario de bares, esto quiere decir que eran más de la una de la matina y habían cerrado según la ley municipal en Bangkok. A esas horas, la única opción es la discoteca que está llena -pero llena de verdad que no se puede caminar- con todos los falángs que quieren seguir de joda y las chicas thai que tienen que salvar la noche, es decir, conseguir algún ultimo o penúltimo cliente. Están también, las parejas faláng que se quieren divertir un rato más o los que llevan a su novia contratada de joda. Entre estos últimos, se ve mucho jovato con nenas. Los jovatos son jovatos alemanes o rusos que pagan por tener una noviecita dulce, sonriente y sumisa durante sus vacaciones en Tailandia. Las nenas, no lo son tanto, aunque lo parecen. “FALÁNG” es como llaman en Tailandia a los extranjeros occidentales. No importa de que país uno provenga, si no tiene pinta de asiático, es “faláng”.
En la calle, frente al boliche, los grupos de chicas en búsqueda de clientes de última hora y los posibles clientes haciendo su elección. Una fauna de lo más interesante. Los grupos de turistas hablan cada uno su propia lengua, la mayoría inglés, pero hay también ruso, alemán o italiano. No, español, no. O muy poco, casi nada. Yo observo la fauna y camino alrededor. Decido ubicarme en la esquina, en una mesa desde la que se ve la avenida Sukumvít Road y también el estacionamiento del hotel, casi en la entrada del boliche donde se elige y se transan precios.
La calle, en Bangkok es un gran comedor. Ya sea por los negocios que ponen las mesitas afuera o los puestos que venden todo tipo de comida rara y bebidas. También, los dos juntos y mezclados, las veredas están siempre llenas de gente comiendo a toda hora. Si, a las siete de la mañana también porque la gente como en muchas partes del mundo, desayuna sopas de carne con verduras de verdes medio fosforescentes.
Sentado en esa mesa me pedí algún sandwichito rápido y una cerveza. Y me dediqué a mirar a la gente que pasaba. Y pasa mucha pero mucha gente por esas calles de Bangkok. Una actividad que es interesantísima por los colores y diversidades. Chicas y chicos tai de la mano que no son necesariamente gay. Europeos, japoneses e indios de la India, mujeres y ladyboys (travas) que son todos en general, muy sonrientes. Y, muy pero muy a diferencia de nuestras rioplatenses en general, no solamente te devuelven la sonrisa, también sonríen naturalmente cuando las miradas se cruzan. Y no solamente son las que buscan clientes como para ganarse un sustento. Pasan elefantes que cobran para darle de comer o sacarse una foto. Vendedores de porquerías, y se paran los “tuk-tuk” (buscar las fotos en Internet) a ofrecerte e insistentemente para que los tomes, también.
En eso estaba, cuando aparece una chica tai, me empieza a hablar y se sienta conmigo en mi mesa. Joven, de la edad promedio de las que trabajan en los bares (vientipico), no era una belleza, pero se la veía atractiva. Me empezó a hablar en un inglés con tanto acento y tan desarticulado, que no entiendo ni jota. Agarré palabras sueltas, nada más. No me importaba mucho, ya sabía qué era lo que quería, que la lleve a mi hotel y le pague unos pocos cientos de Bahts. Yo le sigo la corriente y la invito a tomar algo. Me sorprende que no me hable de que la lleve a mi hotel y me da a entender que no vive en Bangkok. Me dice de donde es, pero claro, no entiendo ni mierda. Finalmente me dice que está en un hotel y que quiere que vaya con ella. ¿Dónde es el hotel?, le pregunto. Acá nomás, entiendo que me dice después de muchas vueltas para entenderla. Después de un rato, más bien por curiosidad y porque la actividad en la calle se apagaba, la seguí. Caminamos un rato por las calles de atrás de la avenida principal. Más tarde me daría cuenta que, en lugar de ir directo, me llevó a dar una vuelta larga.
En una especie de callejón, justo frente a la entrada del garaje de algún hotel grande, me dice que tiene ganas de hacer pis y se esconde atrás de un contenedor de basura mientras me gritaba que no la mire. Yo, claro, la miré. No tanto por ver algo, no es muy sexy una mujer meando, pero si por joder. No sabía a donde quería llegar y me daba todo mucha curiosidad. Me pareció entender que hablaba de plata para volver a su casa en no-se-dónde.
Llegamos al hotel, que era de pasillos abiertos y mucha planta. Un hotel bastante lindo. Hasta ese momento, no sabía si creerle o no, una posibilidad era que ella quisiera que yo sacara una habitación para poder quedarse ella esa noche. Pero no, la mina sacó la llave y entramos. La habitación era espaciosa, con balcón.
Yo estaba nada más que esperando el momento en que ella desplegara sus artes seductoras que, en el estilo thai, no tiene absolutamente nada que ver con lo que una chica argentina, haría en estos casos. Las thai son dulces, sonrientes y casi en la mayoría de los casos, muy sumisas. No es de extrañar que los europeos vengan a gastarse pequeñas fortunas en la compañía de estas chicas que representan 20 cuando tienen treinta.
La mina hablaba y hablaba, a veces en tai. Le entendía un diez por ciento de lo que decía. Finalmente, cuando la novedad se iba extinguiendo, me acerqué a ver hasta dónde me dejaba llegar. No me dejó llegar muy cerca, pero si empezó a hablar de plata, quería saber cuánto tenía yo encima. Me aburrí rápido, ella se metió un rato en el baño y después se puso a mirar televisión y decidí que era ya hora de irme a dormir. Le dije que me iba y se me vino encima, me abrazó y me dio a entender que no quería que me vaya. Tuve que sacármela de encima más de una vez, la última ya medio de un empujón, aunque no muy fuerte. Se hizo la ofendida, habrá creído que no podía despreciar a una mina como ella, que la verdad, ahora que la miraba mejor, no se veía nada mal de lomo. Se volvió a tirar en la cama a mirar tele y yo abrí la puerta y salí. Camine rápido mientras me reía de la experiencia. Cuando llegué a la escalera y empecé a bajar, salió del cuarto a los gritos. Corrió por el pasillo los diez metros que nos separaban y se me vino encima. Me agarró del cuello colgándose en un abrazo y alcancé a entender que decía algo de plata. Me la saqué de encima forcejeando con la seguridad de que si armaba mucho jaleo, el que estaba en la recepción, solamente un piso más abajo, oiría el escándalo y vendría a ver que pasaba. Una vez que me la saqué de encima, la mina alcanzó a manotearme un collar que tenía con un jade de México y una conchita marina de Brasil. Me lo arrancó y los colgantes rodaron por el piso del pasillo. Con cara trágica me gritó algo en tai o en un inglés que quien sabe quien entenderá pero si reconocí la palabra “money”, se volvió a la habitación.
Salí del hotel y me di cuenta de lo cerca que estábamos de la avenida, quien sabe porqué me hizo dar todo ese rodeo…
Me tomé un taxi y me fui a dormir. Al día siguiente, mi hermano que vive en Bangkok hace años, escuchó el relato y me dijo “¡y eso que no vivís acá en Bangkok, te meterías en quilombos todos los días!”.
Mi conclusión fue que la mina se habrá ido hasta Bangkok con algún extranjero desde algún pueblo turístico, tal vez de playa. El tipo, el faláng, sacó esa habitación para los dos y se fue, se tomó el avión de vuelta a su país dejándola a ella en ese cuarto de hotel con una noche pagada. Ella habrá pensado que sería buena idea conseguirse compañía por esa noche como para hacerse unos Bahts extra antes de volver. Pero, siendo una chica de pueblo, no sabía cómo manejar la situación en la gran ciudad.

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